lunes, 16 de noviembre de 2009

(L)

Se llamaba Soledad y estaba sola como un puerto maltratado por las olas, coleccionaba mariposas tristes, direcciones de calles que no existen. Pero tuvo el antojo de jugar a hacer conmigo una excepción y, primero, nos fuimos a bailar y, en mitad de un "te quiero" me olvidó. De Esperanza no tenía más que el nombre la que no esperaba nada de los hombres, coleccionaba amores desgraciados, soldaditos de plomo mutilados. Pero quiso una noche comprobar para qué sirve un corazón y prendió un cigarrillo y otro más como toda esperanza se esfumó. Por eso, cuando el tiempo hace resumen y los sueños parecen pesadillas, regresa aquel perfume de fotos amarillas. Y, aunque sé que no era las más guapa del mundo... juro que era más guapa que cualquiera. Se llamaba Inmaculada aquella puta que curaba el sarampión de los reclutas, coleccionaba nubes de verano, velos de tul roídos por gusanos. Pero quiso quererse enamorar como una rubia del montón y que yo la sacara de la "calle de los besos sin amor" Y, mil años después, cuando otros gatos desordenan mis noches de locura, evoco aquellos ratos de torpes calenturas. Y, aunque sé que no era la más guapa del mundo, juro que era más guapa, más guapa que cualquiera. Flores en su entierro Excepto las de la imaginación había perdido todas las batallas. Un domingo sin fútbol nos contó, vencido, que tiraba la toalla y nadie lo creyó. Pero, esta vez, no iba de farol; al día siguiente se afanó una cuerda y, en lugar de rezar una oración, mandó el mundo a la mierda y de "un palo borracho" se colgó. Debía "luca y media" de alquiler, dejó en herencia un verso de Neruda, un tazón con pestañas de papel flotando en el café y una guitarra tísica y viuda. Lo poco que tenía lo invirtió en un hueso de lujo para el perro y en pagar al contado la mejor corona que encontró... para que hubiera flores en su entierro. Veinte años atrás lo conocí en Londres, conspirando contra Franco. Era el rey del aceite de hashís y le excitaba más robar un banco que el mayo de París. Por Florida lo vi la última vez con su traje anacrónico y marchito; estudiando el menú de un cabaret "-¡Hay comida, mi plato favorito!" gritó para joder. Debía "lica y media" de alquiler, dejó en herencia un verso de Neruda, una lágrima de Lilí Marlen flotando en el café y una guitarra tísica y viuda. Lo poco que tenía lo invirtió en un hueso de lujo para el perro y en pagar al contado la mejor corona que encontró... para que hubiera flores en su entierro. Parece que fue ayer cuando se fué al barrio que hay detrás de las estrellas, la muerte, que es celosa y es mujer, se encaprichó con él y lo llevó a dormir siempre con ella